viernes, 29 de octubre de 2010

Odette amaba al chico de ojos tristes que dibujaba corazones en la ventana empañada del primer piso.

A Odette le gustaban todos los colores.
Sentada junto a la pared, observaba sorprendida como el rojo de sus rosas paseaba posado en los labios de las jóvenes que estaban enamoradas y en las mejillas de aquellas que empezaban a estarlo.
También el rojo de las cerezas era bonito. Y el de las fresas.
A Odette le gustaba el azul del cielo, y el azul del reflejo del cielo en el mar, y el azul de los ojos del chico que llevaba sombrero los lunes por la tarde y silbaba con las manos en los bolsillos.
El verde de la hierba al amanecer olía a libertad, y también le gustaba, y el de las manzanas, que era muy frío e independiente.
A Odette le gustaba la fragilidad del color blanco, que era la fragilidad de los copos de nieve, la fragilidad de las sonrisas y la fragilidad de la espontaneidad.
El marrón le gustaba porque era el color de los ojos tristes del chico que dibujaba corazones en la ventana empañada del primer piso.
También le gustaba porque ese era el color de los días de otoño, y de los besos callados que tartamudean bajo la lluvia, porque tienen miedo de disolverse con ella.
Era bonito el negro que rodeaba las estrellas, el negro que se encondía en todas las pupilas, el negro de sus zapatos de charol...

(Cuando llegó la guerra y dejó de haber corazones en la ventana empañada del primer piso, Odette se volvió transparente)

miércoles, 20 de octubre de 2010

Dominique amaba a la chica del gorro azul que vendía flores frente a su ventana.

Dominique decía que para ser poeta no hacía falta escribir versos, que bastaba con amar las cosas bellas y frágiles, como los copos de nieve, los besos o las mariposas.
Dominique creía que esas cosas eran las verdaderamente importantes, las que hacían hombres a los hombres, y las que hacían sonreir a las bocas tristes.
Dominique se entristecía mucho cuando a su padre se le erizaban los bigotes y enfadado le decía que no sabía nada del mundo, que era un ignorante y un ingenuo, que la vida era de todo menos bella, y que tarde o temprano, quisiera o no, tendría que aprenderlo.
Ese día llegó demasiado pronto.
Hacía mucho frío aquella mañana de diciembre en la que el padre de Dominique le dijo muy serio:
- Hijo mío, eres un hombre y ya es hora de que te comportes como tal, ve a luchar por aquello que siempre has amado, ve a defender la libertad y devuelve la paz a quienes la han perdido.
Dominique se sintió muy orgulloso de que su padre le hubiese creido capaz de hacer algo tan importante y por primera vez se reconoció como el hijo que su padre siempre había deseado.
Pero Dominique no entendía que era la guerra, no entendía que los seres humanos fuesen capaces de odiarse tanto, no entendía que la vida de una persona pudiese depender de algo tan pequeño como la fuerza que ejerce un dedo anónimo sobre un gatillo. Y no quería entenderlo.
Dominique fue, como muchos otros hombres, a la guerra.
Y un día alguien le dijo:
- Óyeme bien, capullo, aquí no había ninguna puta guerra hasta que vosotros llegásteis, asi que o te metes el arma por tu sucio culo y te largas por donde has venido, o te reviento la cabeza como a un cerdo, que es lo que eres.
Dominique, un poco confundido, pensó que quizá aquel pobre hombre no sabía que eran los copos de nieve, ni las mariposas, ni los besos.
Y le sonrió y se acercó a él con el único fin de mostrarle lo maravillosas que eran las pequeñas cosas de la vida, pero en ese mismo instante, un dedo anónimo apretó demasiado fuerte el gatillo y Dominique sintió como el amor se le moría para siempre...



(...Y mientras el amor se le escapaba se arrepintió de no haberle dicho a la chica del gorro azul lo mucho que la quería)

miércoles, 13 de octubre de 2010

Matilde.

Matilde podía notar como el otoño se acercaba poco a poco.
A veces, si arrugaba mucho la nariz e inspiraba fuerte, hasta lo podía oler. Siempre impregnado de melancolía y nostalgia, se parecía un poco a la tristeza.
También el cielo se estaba volviendo de otoño, el azul brillante del verano se empezaba a hacer más gris con el trascurso de los días y a parecerse a los ojos de Tristán.
Tristán tenía ojos de otoño, o mejor dicho, ojos de cielo de otoño.
Cuando repentinamente un buen día Matilde se dio cuenta de eso, sintió como dentro el amor le crecía de golpe y casi se desbordaba. Tuvo que cerrar los párpados muy fuerte para evitar que éste se escapase por sus lacrimales y aguantó la respiración para no espirar dióxido de carbono con ciertas dosis de amor.
Cuando por fin pudo controlarse, se sintió tan rendida que se quedó dormida frente a la ventana, con una sonrisa en los labios y la cabecita repleta de sueños.
Fuera, en la calle, llovía por primera vez.

lunes, 11 de octubre de 2010

"Fue en Chicago donde aprendió a amar la Naturaleza porque no la había. Fue en sus calles donde comenzó a soñar con los espacios abiertos, el sol en la mano y el verde en los ojos. Fue en sus autobuses donde imaginó la soledad, el silencio y el rumor del viento."
Tierra Virgen.


Yo colecciono...
...las nubes de aire que se escapan en tus supiros.
...las veces que has dicho mi nombre más bajito de lo habitual.
...las miradas que se me caen al tropezar con las tuyas.
...los centímetros de distancia que hay entre las comisuras de tu boca cuando sonríes.
...y, aunque no sea mio, el te quiero que un día, sin venir a cuento, dijiste en un susurro.



Gracias a La chica de las sonrisas prestadas por su sorpresa. =)

jueves, 7 de octubre de 2010

Ojos de Otoño.

Algún día, antes de morir, iré a ver a Peter Pan a los Jardines de Kensington. Y al igual que el joven Shelley, que era poeta, yo también haré mi barquito de papel y lo echaré a navegar en la Serpentina.
¿Y sabes qué? Me dará igual que vengas o no conmigo, porque aunque a veces me muera por tu sonrisa, tus ojos no están hechos de otoño y no lo estarán nunca.

lunes, 4 de octubre de 2010

Cuando yo era pequeña.

Cuando yo era pequeña era mucho más grande que ahora. Y mucho más valiente. Y tenía el corazón lleno de sueños que cumplir y metas por alcanzar.
Iba a librar tantas batallas, a conseguir tantas victorias...Iba a convertirme en una heroina.
Y también amaba de aquella. Amaba las estrellas, el otoño y el invierno, los sábados, el verde y la lluvia, amaba el sol tibio y el mar, las construcciones del lego, los polvorones...
Y las cometas.
Pero crecí.
Conocí el mundo, lo encontré mezquino, egoista y orgulloso.
Lo desprecié y lo compadecí, pero yo también me asusté, vi que el amor era muy pequeño, que nunca llegaba lo suficientemente lejos, y que a veces hasta él mismo era cobarde y miedoso.
Y no supe quien iba a salvarme, ni quien iba a luchar a mi lado. Me rendí, me encogí, me escondí, y me hice pequeña.
Empecé a sentir cosas que nunca antes había sentido. El miedo llegó casi de repente, y se posó en mi corazón.
Peter Pan llegó para quedarse, igual que el Príncipito y también Pepe Tenedor, para que las noches no fuesen tan pavorosas.
Los años pasaron, pero mi corazón no envejecía, ni mis ideas.
Los príncipes azules si existen.