Es de noche. No sabemos si la niña duerme. La persiana no está del todo bajada y algo de la luz de las farolas entra por la ventana. Hay otra luz. La que se cuela por debajo de la puerta. Se oye a la madre en la cocina. Un grifo que se abre.
La niña llama.
La madre va.
Tengo frío, dice.
Hay mantas en el armario.
La madre no se mueve.
La niña apoya la cara en la almohada.
Silencio.
Nosotros, los de fuera, nos preguntamos por qué la madre, la misma que cerró la puerta para que la luz no molestara a la niña, la misma que acude cuando esta la llama, no arropa a su hija, no recorre el espacio que separa la puerta del armario y no lo abre, no se agacha para coger una de las mantas apiladas contra el fondo, no la desdobla y la tiende sobre el cuerpo frío de la niña.
A veces me das miedo.
ResponderEliminarSiniestro...
ResponderEliminarPorque... le está enseñando a la niña a combatir la vagancia... o el miedo. Valiosa lección.
ResponderEliminarMeredith
Nunca hubo nadie en esa habitación, eran sólo espectros de niñas-búfalos y madres-culpa.
ResponderEliminarNo sé aún el por qué, pero duele...
ResponderEliminarBesos.
bonito, bonito. La luz que entra por debajo de la puerta es como un gusiluz
ResponderEliminarhay madres que son frío y mantas apolilladas.
ResponderEliminarDavid.
quizás la niña esta muerta
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