Ver como el sol juega a esconderse entre los rizos de tu pelo
es otra de las cosas que estaría bien no perderse,
o pillarte mirándome de reojo y sonriendo,
contento de que te haya descubierto
antes de que fuera demasiado obvio para todos.
¿Quién no ha temblado alguna vez
al notar en la propia mano
una mano extraña?
Eso también se echaría en falta.
Ganar la guerra a mis glándulas sudoríparas,
y que tú ni siquiera puedas plantarles cara
en la primera de las batallas.
Lo que de verdad no me gustaría perderme nunca,
seríamos tú y yo en el salón de mi casa,
intentando comunicarnos telepáticamente,
contentos de que las cosas conspiraran así,
durante tanto tiempo,
a nuestras espaldas.