domingo, 28 de noviembre de 2010

Como el maravilloso espacio frio en el que se mueven las estrellas.



Los domingos por la tarde se enfada con el mundo. Se va de casa dando un portazo y se promete no regresar. Un bosque enorme al pie de las montañas sería ideal, el Amazonas, el Circulo polar ártico o incluso el desierto del Sáhara.
Sabe que irá a todos esos sitios antes de morir, así que el orden tampoco le importa. Se mete el dedo en la boca, luego lo saca para ver en que sentido va el viento y se larga con él a donde sea.
Los lunes de madrugada está delante de la puerta de su casa llamando al timbre en código morse ...---... , solo tiene ganas de que mamá le diga lo mucho que la quiere, le de un montón de besos en la frente y después de ayudarla a bañarse, la acueste en su camita de 90 que tiene sábanas limpias de algodón, mientras le susurra al oido que no pasa nada y le retira con cuidado el pelo de la cara para que se duerma.
- ¿Vas a estar siempre a mi lado, verdad mamá?
- Sí, mi pequeña, no voy a dejar que estés sola jamás. Lo prometo.

Después de esa promesa, ella se duerme, pero mamá permanece a su lado y aunque no la oye le dice:
- Es curioso, pequeña, todos somos muy valientes para irnos, pero al final todos acabamos regresando. Nadie es tan valiente como para amar la soledad mucho tiempo seguido, es demasiado fria.

martes, 23 de noviembre de 2010

Verbigracia.

Tú y yo sabemos que nos amaremos bajo la lluvia cuando aún seamos tristes.

Nos encontraremos quién sabe dónde bajo un cielo que llora, yo amaré la dulce soledad que ahoga tus ojos y tú amarás la melancolía que escapa con cada uno de mis suspiros. Entonces, sin decir palabra, tomarás mi mano y huiremos juntos.

Tu y yo sabemos que podremos ser felices. No nos hará falta nada más.

Se acabaran las mañanas frías y grises, las prisas y los madrugones.
Correremos, saltaremos, nos ensuciaremos de barro la ropa y nos mancharemos la boca de fresa, nos daremos besos pequeñitos y callados con sabor a caramelo, bailaremos bajo la lluvia toda la noche, respiraremos fuerte el olor a tierra mojada y esperaremos juntos al sol, jugaremos a imaginar figuras en las nubes y nos disfrazaremos de piratas, tocaremos juntos el piano, nos abrazaremos y reiremos a carcajadas, veremos atardecer cada día y nos enamoraremos un poco más cada segundo, nos creeremos capaces de volar y lo conseguiremos, iremos juntos hasta las estrellas y algún día allí nos quedaremos.

Yo me llamo Alba, y dime: ¿Tú cómo te llamas?

viernes, 19 de noviembre de 2010

chicas-valientes-que-empañan-ventanas



Esta es una historia que habla de chicas valientes que se enamoran de chicos valientes que se enamoran de princesas.

Princesas que son bonitas y delicadas, que tienen la nariz curiosa y los pies pequeñitos, y que tienen cabellos largos, sedosos y brillantes.
Princesas que tienen muchos vestidos y que saben bailar sin torcerse el tobillo, que tienen manos de nieve con dedos largos y uñas redondeadas.
Princesas que cuando sonríen provocan suspiros, que cuando parpadean se hacen mariposas, y que a veces, cuando caminan, parecen etéreas.
Pero, fundamentalmente, princesas que son cobardes porque no necesitan ser valientes, que si tuvieran que serlo, lo serían.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Sinrazónyconella.

Aquel bicho tenía demasiadas ruedas, era demasiado largo y llevaba demasiada gente. Era peor que quemarse con el aceite de las patatas fritas.
No estabas y me enfadé. No era plan de comprar una peluca rubia en los chinos y unas lentillas azules, y obligar a punta de pistola al conductor a que se disfrazara de tí.
Tenía que ser lunes.
Podría haber acudido todas las en punto a la parada, pero las probabilidades de que algo que esté rico no engorde son nulas. Igual que son nulas las de morirme de un ataque de risa en vez de que me salga un cáncer.
Mañana volveré a esperar, y si no fuera porque mi abrigo rojo no pega con mi gorro turquesa, me lo pondría, pero hay cosas que no pueden ser.
Tú no puedes ser.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Aunque llegue tarde el 12.



Huele a que existes.
Huele a que la segunda vez que te vi decidí enamorarme.
Huele a tu boca, que es fría, ausente, y aún no tiene nombre.
Huele a que tengo miedo, miedo de verte y de no verte, miedo de que me mires y de que no lo hagas, miedo a que me sonrías y a que no oscilen tus labios...
Huele a mis ojos diluviando si no vuelves, si te mudas, te compran un coche o prefieres ir andando.
Huele a latidos frenéticos con mi espalda apoyada en el cristal y mis ojos apoyados en tu pelo.
Huele a que creo que eres un poco de sol, un poco de amanecer, un poco de hielo, un poco de aire y un poco como de caramelo.
Huele a timidez titilando y a la vez cayendo, a cobardía mutando y a yo confiando en que lo hagan.
Huele a que o tengo o me muero.
Huele a nosotros sin ser nosotros.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Frío. Y labios azules.


Me llamo Lucía, tengo diecinueve años y tengo frío.
El reloj de mi mesilla dice que son las siete de la mañana, pero yo no le creo. No me da la gana.
No quiero levantarme, quiero quedarme en la cama durmiendo toda la mañana, o quizás hasta que me muera. No lo sé.
Lo que sí se es que aquel chico estaba a punto de besarme, pero no lo hizo. No le dio tiempo, llegó el frío.
Intento volver a dormir, me siento gorda y gafe, y me veo incapaz de enfrentarme al mundo otro día más.
Estoy helada, me tapo un poco más con el edredón y meto la cabeza entre las almohadas. La vida es una mierda.
Estoy llorando, las lágrimas son cálidas.
Quiero morirme, me da igual ser una cobarde. De todos modos solo podría importarme a mí y no es el caso.
No sé volar, no tengo alas, no sé que locura fue esa que me llevo a querer ser libre como un pájaro. Por que yo siempre he amado la libertad, e incluso ahora, muerta de miedo, la sigo amando.
Y es que no quiero pagar una hipotéca, ni tener tarjeta de crédito, ni comprar comida precocinada, ni quedarme en casa cuando llueve, ni tener miedo a que mate una bomba, ni respirar aire contaminada, ni tener que fingir gilipolleces delante de la gente.
Pero, en realidad, todas esas son cosas que hago.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Tristán no tendrá los ojos tristes.



Si tú existieras, podríamos querernos a las siete y cuarto de la mañana. Yo encontraría todos los besos que esconden tus labios y moriría de frio tan solo para que tu me abrazases.
Si tú existieras, yo callaría para oirte respirar, te robaría todos los latidos y cada día, amanecer tras amanecer, me ahogaría en tus ojos, que serían míos.
Si tú existieras, yo contaría, sin que tú lo supieras, cada lunar de tu piel, empezaría detrás de las orejas, pasaría por tu nuca y acabaría en tus tobillos.
Si tu existieras, yo no tendría que enamorarme de ojos que no me miran, ni de bocas que no me sonrien, ni de silencios que yo no causo.