Lo escribí de madrugada
cuando en mi edificio lloraban dos personas
y el resto dormía.
El bebé tenía frío o hambre
y yo tenía insomnio o tristeza.
Es sencillo.
Quise subir al piso de arriba y llamar a la puerta.
Disculpe las horas ¿es que no oye cómo llora?
Y quise ir a tu casa y llamar a la puerta.
Disculpa las horas ¿es que no oyes cómo lloro?
Y luego dar las gracias
y volver a mi cama a pensar
en el silencio del niño que acunan en el piso de arriba
y en el silencio de tu cuerpo solo en tu casa
y antes de dormirme
por último pensar
en el llanto único que ahora queda
y que se calmaría
contigo
llamando a mi puerta.
Disculpa las horas ¿es que no oyes cómo lloras?
Si, este poema es valioso, muy valioso. Porque buscamos cada noche con esfuerzo entre tierras pesadas y asfixiantes ese liviano pájaro de luz que arde y se nos escapa en un gemido. (I.V)
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