lunes, 7 de marzo de 2011

No te vayas a Moscú.

Todos los días, exactamente a las dieciocho horas y dos minutos, el amor de mi vida se muere. Media hora antes del fatídico momento se coloca delante del espejo del cuarto de baño e intenta, poniendo en práctica lo que ha leído en varios libros sobre el tema, hipnotizarse. Ha intentado transformarse en marinero, poeta, pintor, malabarista, vendedor ambulante, titiritero, cuentacuentos, criador de limoneros, filatelista, afilador y reparador de paraguas. La frustración de fallar siempre es la que le aboca día tras día al suicidio. En el algún momento se le ocurrirá intentar convertirse en amante y a las dieciocho horas y dos minutos estará dibujándome mariposas en la punta de la nariz.

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